Se calcula que entre uno y dos bebés por cada mil nacen con los pies zambos en España. De hecho, constituye una patología recurrente en consultas de ortopedia pediátrica.
“El pie zambo o pie equinovaro congénito es una deformidad compleja y frecuente del pie del niño. Se caracteriza por deformidades en los tres planos con alteración de la estructura ósea. Principalmente se observa: varo del talón, equino en el tobillo, aducto y supinación de medio y antepié”, afirma Mercedes Guardia, especialista en Medicina Física y Rehabilitación Infantil de Vithas Almería.
“En los pacientes con pies zambos hay presencia de atrofia de la pantorrilla, equinismo (pie en flexión plantar), inversión (deformidad en paréntesis del tobillo) y aducción del antepié (hacia dentro)”, concreta José Manuel Sánchez Castaño, especialista en Medicina Física y Rehabilitación del Hospital Vithas Granada.
Esta patología afecta más frecuentemente al sexo masculino. Aunque, según Maite García Martínez, vicepresidenta del Ilustre Colegio Oficial de Podólogos de la Comunidad Valenciana (Icopcv), “no hay evidencia de que la gravedad de la deformidad tenga relación con el género”.
¿Por qué se originan los pies zambos?
Según Guardia, “en la mayoría de los casos (más del 90%), la etiología es idiopática (desconocida). Aunque puede aparecer formando parte de un cuadro sindrómico, como la artrogriposis, o neurológico, como en casos de mielomeningocele (lesión medular congénita). También existen casos de pies zambos ‘posturales’, que se producen por compresión con la pared uterina. Estos últimos suelen ser muy flexibles, se corrigen totalmente con manipulaciones y son los más fáciles de tratar con mejor pronóstico”. Además, en pacientes con pies zambos, “hay que descartar lesiones en otras articulaciones como la cadera”, señala Sánchez Castaño.
¿El pie zambo es fácil de reconocer?
“El pie zambo es, a simple vista, un pie que se dobla hacia dentro y no apoya la planta en el suelo”, cuenta la vicepresidenta del Icopcv. Esto es porque, tal y como añade Sánchez Castaño, “el hueso astrágalo es hipoplásico y todo se deforma a su alrededor, destacando esa deformidad del pie, la rigidez y la falta de movilidad”.
Según García Martínez, “dado que esta malformación congénita se produce durante los primeros meses de la gestación suele ser posible su visualización en el estudio ecográfico del feto de 20 semanas, por lo que cada día es más habitual el diagnóstico de sospecha prenatal. El diagnóstico de confirmación es fácil tras el nacimiento, observando la forma del pie hacia abajo (equino) y hacia dentro (varo) y comprobando que por manipulación no somos capaces de obtener una posición normal”.
No obstante, la podóloga recuerda que “se necesita experiencia para distinguirlo de otras malformaciones congénitas del pie, como el astrágalo vertical congénito, y de algunas deformidades de mucho mejor pronóstico, como el metatarsus adductus o el pie talo”.
Cómo se tratan los pies zambos
“Al ser una deformidad del pie que altera el carácter plantígrado (no apoya la planta del pie completamente) puede producir una imposibilidad o alteración para la bipedestadión y la marcha. Cojera, artrosis precoz y discapacidad”, explica Sánchez Castaño. De ahí la necesidad de tratar el pie zambo de manera precoz.
“Efectivamente, si no se trata, las alteraciones en el apoyo y en la marcha podrán ser muy incapacitantes. Afortunadamente, los métodos de tratamiento están estandarizados y deben ser manejados de manera precoz por los profesionales formados en esta patología. El método de Ponseti es uno de los más importantes. Se basa en la corrección precoz por medio de yesos y tenotomía de Aquiles y, tras ello, el periodo de mantenimiento con una barra sobre la que se sujetan un calzado especial que se coloca en rotación externa”. Así lo explica Guardia.
“El tratamiento puede ser ortopédico o quirúrgico, dependiendo de la deformidad existente, y debe iniciarse lo antes posible. Actualmente, en cualquier país del mundo, el mejor tratamiento descrito es el método Ponseti, que consiste en la aplicación de yesos correctores por un especialista entrenado en la técnica para que no sea molesto ni doloroso para el paciente. En algunos casos se precisa de una tenotomía del tendón calcáneo o Aquiles que se hace previo al enyesado. En casos más complejos estos pies precisan de alguna transposición tendinosa”, concreta García Martínez.
“Para los casos leves, que son los grado I, en los que se puede movilizar el pie y el tobillo hasta ponerlo en la posición neutra, el tratamiento es conservador y solo precisan cirugía el 10% de los casos”, indica Sánchez Casado, describiendo estas dos opciones:
- Tratamiento conservador con movilizaciones analíticas, estiramiento de las estructuras acortadas, estimulación muscular de tibial anterior y peroneos y manipulación progresiva. Enyesado y uso de férulas para corrección progresiva postural.
- En cuanto a la cirugía, existen numerosas técnicas que van desde la liberación posterior (zetaplastia del tendón de Aquiles más capsulotomías tibioastragalina) hasta astragalectomía. Uno de los métodos más usados es el Ponseti (elongación percutánea del tendón de Aquiles seguida de ciclos de enyesados progresivos).
Fuente Cuidate Plus